“Puesta está mi labor en un
pequeño asunto;
más no será pequeña la gloria
que al
Poeta le alcance…”
Virgilio, “Las
Geórgicas” - Libro IV
Partiendo de la premisa: “La literatura romana es causada,
no nacida” estudiaremos la obras
Odas I, II y III del poeta Quinto Horacio Flacco. Buscaremos indicios de la
identidad cultural del pueblo romano, ayudándonos con algunas lecturas
complementarias.
Para abordar este trabajo es necesario comprender la
necesidad de un estado republicano de engendrar en sus ciudadanos un sentimiento
nacionalista, la educación didáctica del pueblo era la mejor manera de
lograrlo, en ella “…al autor corresponde el papel de maestro, al
lector el de discípulo…” de modo que la literatura juega un papel
primordial en el afianzamiento del sistema político de esa época. El estado
republicano de Roma encuentra sus bases en la concepción de una suma de
relaciones interpersonales, las cuales deben protegerse, de manera que imprime
en el ciudadano la conciencia de que esa protección es un bien común
Se da bajo el dominio de Augusto
un período en el cual existe de manera compensada las expresiones del presente
y las concepciones del pasado. La literatura que este promovió estaba en
consonancia con esa compensación antes mencionada. El trabajo acertado y
flexible permitía la mixtura de ciertos valores ancestrales y la aceptación de
nuevas filosofías, pero en el devenir del tiempo la división del imperio genera
quiebres culturales que fragmentan las regiones geográficas, aflorando grupos
literarios que responden a los estímulos que le genera su propio ambiente
vital.
Conectar la historia de Roma, nos acerca a las
modificaciones culturales y espirituales que se asomaron sobre el imperio durante
su nacimiento, desarrollo y caída.
Pero, ¿cuáles fueron las
condiciones a partir de las cuales se desarrolló el fenómeno literario latino?
¿Cómo fueron esos comienzos de la literatura romana temprana? Hilvanemos
finamente la tela sedosa de las palabras con el fin de lograr que el tapiz
exponga de manera clara y consistente ambos puntos.
Daré paso a través de Horacio: “Grecia
vencida cautivó a su soberbio vencedor e introdujo las artes en el rústico
Lacio…” afirma el poeta latino en su libro “Epístolas
II” pocos años antes de morir, contenido invencible el de la frase que
ahorra mil palabras en su contundente observación.
De este modo encontramos el
peso de la influencia griega en la obra latina, pero claro está, algo así no
podía ser posible de no existir a la vez, un marco político que promoviera el
desarrollo de la literatura como tal y a este cometido apunta el “Mecenazgo” de la época augustal, llevado
a cabo por Mecenas quién hallo en
Virgilio, Horacio y tantos otros, excelentes exponentes. Este “Mecenazgo” aristócrata a la vez cumplió
el rol de salvador en épocas decadentes de la cultura, donde la necesidad del
estado no daba margen al desarrollo de las letras.
La supervivencia de las
obras y sus autores debe grandes fortunas a aquellos aristos que con su poder
económico patrocinan la creación de textos, y a este respecto recae el
helenismo vivido por los literatos latinos desde sus clases sociales elevadas.
H. A.
Forster sostiene que el contacto helenístico se produce en dos etapas, la
primera, en relación con los etruscos
como forma de contacto con una cultura griega diluida y la otra a través de los
poblados del sur aunque el autor explicita: “…en estos primeros contactos con lo griego,
las aportaciones recibidas fueron de carácter externo y no alcanzaron las
raíces más profundas.”
Es preciso señalar el
hecho de que la literatura latina no fue víctima de un normal desarrollo, ya
que no existe una línea de sucesiones que delimiten períodos, esto ocurre en
contraposición, por ejemplo, al mundo griego, donde hallamos tres etapas
(arcaica, clásica, helenística); en el mundo romano, las propuestas recibidas
en un primer momento y a partir de las cuales se forjaría el hierro constructor
de las vigas literarias latinas pertenecen al período helenístico, de modo que
entre la que podríamos considerar como sociedad romana “arcaica”, fluyen ríos
de lectura perteneciente a un mundo moderno, encontrando en su rivera el árbol
de la comedia cuyos frutos maduran entre los latinos. Esta yuxtaposición de
tiempos trae aparejado el mestizaje de conceptos viejos y nuevos muy opuestos,
así es que los géneros literarios funcionan en Roma desnaturalizados de su raíz
temporal, lo que lleva a los escritores a una construcción artificial de los
textos.
La poesía y las ideas trabajan
de manera conjunta y son indivisibles, es así que acceden al desarrollo de sus
virtudes poéticas en base al pensamiento, siendo de este modo conscientes de sí
mismos. Von Albrecht dice: “… el mundo de la experiencia estética no es
en Roma un componente obvio de la vida […] sino un campo que hay que
conquistar…”
Horacio y su tiempo:
Adentrándonos en el poeta elegido para la presentación
de este trabajo comencemos por considerar algunos aspectos tomados del libro de
Emilio Rollié “Horacio Odas, una
introducción crítica” a medida que avanzamos sobre la obra del poeta.
En la formación religiosa romana, podemos ver como se
fusionan deidades extranjeras y son sincronizados con sus propias
personalidades divinas, así es por ejemplo que una vez consolidado el imperio,
perduraban aún las celebraciones en honor a Dioniso (Baco) en las casas de
Pompeya.
El papel del estado y la religión están estrechamente
vinculados, y son considerados como una unidad, a partir de las concepciones
místicas. Se generan mitos, los cuales son tomados por los escritores y
traspasados luego a la vida cotidiana y al estado de modo que las figuras se
convierten en leyendas nacionales e históricas.
El equilibrio entre fuerzas tan distintas y poderosas
no es fácil de mantener, debido a que, si el soberano se convierte en un
déspota, no prima entonces él designio de las divinidades clásicas, sino
aquella “Fortuna” que se dirige en
forma caprichosa.
El romano tradicional fue invadido por la filosofía
epicúrea griega, que tenía como objetivo mayor y final, el placer a través del
cual el hombre llegaba a la felicidad. Lo necesario para lograr ese objetivo
son dos elementos básicos, alejarse de aquellas cosas que generan miedo y
sufrimiento y también, mantenerse de buen ánimo bajo toda circunstancia.
La filosofía tradicional romana era el estoicismo. Manejaba
un ideal basado en la sabiduría como elemento logrado en base al contacto con
la naturaleza, desde el plano divino descendiendo al plano de lo humano. Para
el estoico, el mundo es un ser animado y armonioso, dentro del cual el hombre
es considerado parte del universo, por lo que se halla sometido a un orden
infinito, este universo es dirigido por una razón o inteligencia natural, y de
allí la necesidad de la búsqueda de esa armonía a través del sentimiento de
deber y la acción.
Podemos decir que el contacto con el mundo griego
significaría, “una tensión” entre estas dos miradas acerca de la vida. Mientras
la educación griega generaba una conciencia que apartaba al hombre del hecho
social y lo incitaba a tomar conciencia de su individualidad y también de su
antropocentrismo enaltecimiento la personalidad y sus virtudes, el ideal del
hombre romano era el clásico tradicional de los orígenes campesinos, que logró
mantenerse incólume frente a las nuevas tendencias que se le presentaban.
El arte perteneciente al período de Augusto promueve
una unión entre algunas facultades griegas y aquellas tradiciones romanas, en
el que aspectos estéticos poéticos están marcados por la elegancia. Como
resultado surge la unión de las preciosidades líricas con la cotidianidad
romana, elemento siempre presente en la poesía imperial.
Horacio y las “Odas Romanas”:
Horacio,
escritor múltiple,
polifacético, maneja una variedad de temáticas y formas mezcladas con algunos
tintes filosóficos de su ser, podemos verlos como contraposiciones de una
personalidad indefinida, pero son únicamente expresiones de cualquier vida,
cambiante, dinámica, donde la variación es parte del proceso que hace al
artista.
Las “Odas
Romanas” son un conjunto de obras fuertemente influenciadas en su creación
por Roma y sus perfiles.
El regalo de los poderosos obsequia a Horacio
un valle y“… ¿para qué levantar, al modo
nuevo, / lujoso atrio que me traiga envidias? / ¿A qué, por las riquezas
inquietantes, he de cambiar mi valle de Sabina?”, allí la vida del campo y
el bosque, el vino y los amigos, generan las letras con que el poeta “[…] toca con su frente las estrellas.”.
Los valores tradicionales llaman a la vida en
familia, al trabajo del hombre en sus campos, a la cocina de la esposa, en
donde el estado está encima de todo como la religión, así el poeta dice: “Es dulce y hermoso / morir gallardamente por
la Patria. / La muerte sigue al que cobardemente huye, / y no perdona tímidas
espaldas…”, cargada de premios entonces está la vida, para aquel que en su
lucha en favor de la patria caiga en batalla por el hierro enemigo.
Es contradictoria la pasiva vida personal, con
la aguerrida llamada al combate de esta oda, la “virtus” romana se enlaza con
los valores que hacen del hombre, un ser con deber estoico por su patria.
Rolliè afirma: “la virtus es el resultado
de un aprendizaje, y por lo tanto de un proceso educativo…”.
Está es transmitida a los jóvenes, desde la
concepción de que “los fuertes, son
creados por los fuertes...” y que el águila, no puede ser engendro de “pacíficas
palomas”, es así que la educación adecuada se da en la reproducción de las
tradiciones, provenientes de los antecesores, rectora de la juventud.
Ahondemos un poco más en el entendimiento de
la “virtus”, planteada sobre la base
de la concepción estoica: “No turban al varón justo y constante /
populares furores agresivos […] si, quebrantado, se desploma él orbe / ruina y
desastre le hallarán tranquilo…”.
Musas inspiradoras hacen al poeta la bajada de
sus rimas, y la melodía de su cítara acompaña el cálido paseo de la oda IV, oda
“A Calíope”, que en su descenso del
cielo, riega de complaciente aire el paso del poeta, es que “A los romanos” van los consejos, de los
valores paternos desarraigados, de la necesidad de cumplir con sus dioses, y dice:
“…solo eres grande si a los dioses
sirves, de ellos es tu poder: suyo tu éxito…”.
Seis odas dirigidas desde una concepción
comunitaria, que entran en disyunción con aquel Horacio individualista, amante
del letargo, de la vida tranquila y de los campos, el vino, la música y la
escritura.
“Ella
abre el cielo a los que no merecen / morir, y, por región a otros negada, /
pura en su vuelo, alejase del fango / en que la burda multitud se arrastra…”
se refiere a aquella “virtus” que
hace diferentes en la muerte a unos de otros, así es que todo hombre que
acaudale en su muerte la virtud necesaria merece el cielo, que a quienes por
falta de ésta les está vedado.
La “virtus”
no se limita a un buen accionar para la vida, sino que es el pasaje para el
goce también de la otra, de este modo se da una esperanza al pueblo romano, de
que no solo aquellos personajes eximios como Augusto pueden ser salvos.
Emperador que es llevado a lo más alto: “…Polúx,
así, y el errabundo Hercúles, / alcanzaron su puesto en el Empíreo / donde,
entre ellos reclinado, Augusto / un día beberá néctar divino…”, junto a él,
Baco (llamado Quirino), Rómulo, los héroes y dioses del imperio y su pueblo,
figuras a las cuales se asemejará aquel mortal, emperador, pero mortal entre
inmortales, su persona está junto a las más elevadas, él es el modelo de “Virtus romana”, en él, así como para
aquellos romanos que lo alcancen, su vida es trascendente.
El “Carpe Diem”
Señalemos una apreciación respecto al tópico “Carpe Diem”, cuyo sentido de disfrute,
se hace evidente luego de Ovidio; años después, no significo “Gozar el momento” sino más bien,
quitarle tiempo a la muerte, de modo que hallamos en el arrebato, un breve
lapso de existencia placentera, en la que se hace preciso refugiarse.
“¡Goza este día!...
nada fíes del venidero… ” aconseja Horacio a Leucónoe, iluminando este
cierre el texto XI del libro primero de Odas, palabras cuyo sentido desfigurado
hoy día, recaen en la frivolidad y el mercado consumista.
Se trata de evitar el sufrimiento de ser mortales, de
tener un comienzo y un fin en esta luz hecha carne, siendo esa nuestra única
certeza y así lo expresa Horacio: “…Cruel…
Más atenúa la paciencia / dolores que evitar nos es vedado…”. La muerte
lleva consigo el concepto de inevitable, y de él, la necesidad de aprovechar el
tiempo de vida, de manera que utilizarlo con alegría y entusiasmo se hace
necesario para el disfrute de lo efímero.
Pero en el consejo a Leucónoe, no se limita
únicamente, tan célebre frase, al goce de la vida, también está en sus entrañas
la idea de que lo que acontece después, es dominio de Júpiter, dios del cielo y
de la tierra, por lo que aceptar lo que este disponga es parte también de la
suerte del hombre. Un claro rasgo identificatorio de la relación
hombre-divinidad, perteneciente a los griegos.
Rollié dice: “para
la lectura de las odas que sostienen esta visión de la vida, es fundamental
prestar atención a las imágenes.”.
Los críticos Fernández-Galeano y Cristóbal, en su
libro, “Horacio, Odas y Epodos”,
refieren a la ingenuidad de quienes utilizaban el arte de la adivinanza,
rechazado por parte de los epicureístas, ya que el futuro no habría de
apresurarse ante nuestra espera, imagen expresada de manera simbólica en el
texto horaciano: “… vale más como fuere,
aceptar el decreto,/ ya nos conceda Júpiter, contar muchos inviernos, / o ya
sea esté el último en que abatirse vemos contra escollos tenaces las olas del
Tirreno.”
La naturaleza es objeto referencial de todo aquello
sujeto a la brusca variación de sus estados. Lo vimos en los inviernos abatidos
contra las rocas, y lo podemos observar también en la descripción de este
paisaje que contrapone la tranquilidad y comodidad del hogar, con la
tempestuosa mención a la naturaleza invernal: “… Ahuyenta el frío, en el hogar quemando / leña que con largueza se
renueve, / y aquel vinillo puro […] confía lo demás a los dioses; / y así que
ellos sujeten / con su voz a los vientos, irritados […] el día que la suerte /
te dé a gozar, acepta como obsequio… ”.
El “carpe diem” y la “virtus
romana”:
Parece existir una aparente contradicción entre aquel
Horacio que promueve al hombre con una actitud que es virtuosa por su acción y
el promovido en aquellos versos adornados con la filosofía del “Carpe diem”, que goza de su soledad, de
la tranquilidad, del ocio y la contemplación a partir de los cuales, el sabio
se realiza.
Aclaremos que el ocio, posee una noción bien distinta
de la manejada por nuestra cultura. Reducido a un contexto puramente filosófico
del cual toma su concepto, el “otium”
virtuoso no se vincula con aquel concepto moderno e industrial. El ocio
ciudadano es de diversión y descanso en el cual se promueve la conformidad a
través de los juegos, las luchas de gladiadores, fieras y carreras de carro.
El hombre es hasta hoy en día la medida de todas las
cosas, sigue latente aquel antropocentrismo antiguo aún en nuestra cultura y
nuestro mundo. De este centro brota la “virtus”,
alrededor gira lo vulgar y el poder de las divinidades que buscan controlarle,
de modo que, para que pueda permanecer inamovible es necesario la prudencia,
evitar los excesos, asirse en la vida contemplativa, en la soledad, en la
naturaleza.
Se da la conjugación de dos fuerzas que parecen
imposibles de unir, de ese modo el romano forma su propio ideal de cómo se
llega a una vida feliz, placentera.
El progreso del hombre tanto en la materia como en el
espíritu, la justa medida de equilibro interno con aquellos dotes que hacen al
ciudadano virtuoso, construyen el legado paterno y la educación las bases
morales y éticas que pondera la sociedad y al mezclarse con la filosofía
epicúrea, contacto natural y pensamiento, hacen al hombre y al poeta de la
época.
CONCLUSIÓN:
La libertad y su dueño:
Fue contra esos despropósitos que se erguía la
literatura impulsada por Augusto, en su intento por la unión del imperio. Las
letras fueron una de sus armas, así aquellos poetas que bajo su mandato se
vieron convidados con las dulzuras que desde el estado se les ofrecían,
presentaban una propuesta clara: afirmarse sobre aquellos valores y virtudes
que ponderaban sus antepasados.
Los tiempos habían cambiado entonces, y se hacía
necesario el ajuste de aquella cultura ancestral, con las nuevas fuerzas que
impulsaban el vivir del hombre, así es que, en una mixtura de rasgos estoicos
con suaves pinceladas de placentera sabiduría epicúrea se desarrolló la obra de
este poeta lírico.
Logró que las tradiciones se emparejaran en su obra
con las innovaciones. Muy cierto es que la cultura romana poseía aún vestigios
de los griegos, sus dioses, sus ciudades, sus héroes, sus guerras,
rememoraciones como escarmientos a veces, como ejemplo en otras tantas, pero en
sus textos Horacio se debate entre sus dos modelos, así hallamos un autor
comprometido con su lírica individual y con su lírica civil, entre su sentir y
el sentir que le fue encomendado generar en el pueblo.
Un tópico tan antiguo como el mejor vino, guardado en
cuidadosa conserva, es el “paso del
tiempo” con él se relaciona lo oscuro e inevitable de la muerte, un destino
final para el hombre, al igual que para el imperio, cuya carrera parece
desembocar en un precipicio en el ocaso de los tiempos.
El pensamiento antiguo tiñe las habitaciones en las
cuales se desarrolla la vida, y entre esos colores se generan las “tensiones”, la vida del pueblo se
definiría por aquel accionar griego acorde a la naturaleza de su esencia,
impulsiva, móvil, en la cual no siempre la contemplación será una opción
precisa, frente a los hechos se hace necesaria la acción, y por lo mismo
afrontar los resultados.
Todo reducido a una metáfora, el mar, signo
connotativo de lo cambiante, lo móvil, lo incierto, lo arriesgado y la roca,
que en su rígida existencia resiste el desgaste del tiempo, son respectivamente
epicureísmo y estoicismo.
Las condicionantes que permiten el fenómeno literario
latino, no se reducen a factores externos, es necesario recordar también, que
los factores internos marcan su propio ritmo en la melodía literaria de esta
cultura.
Carlos Viera
Presentado en: "III Seminario de Literatura Greco-Latina"
Instituto de Profesores Artigas; Montevideo, Uruguay, 08/10/2011.
Bibliografía y fuentes:
Textos históricos:
·
Arnold Hauser, “Historia social de la
literatura y el arte – Tomo 1”. Ed. Labor, Barcelona 1978.
·
Michael Von Albrecht, “Condiciones para
el desarrollo de una literatura romana – Volumen I”. Ed. Herder, Barcelona
1997.
Textos críticos:
·
Michael Von Albrecht,
“Condiciones para el desarrollo de una literatura romana – Volumen I”. Ed.
Herder, Barcelona 1997.
·
H.A.
Forster, “Literatura de la antigüedad clásica”. Ed. Destino, Barcelona
1966(traducción) – Texto original: “DIE
LITERATUR DES KLASSISCHEN ALTERTUMS”. Orell Füssli Verlag, Zürich 1961.
·
Emilio
Rollié, “Horacio Odas, Una introducción crítica”. Santiago Arcos Editor, Buenos
Aires 2005.
Obras:
·
Horacio, “Odas, Noventa odas traducidas
a verso castellano, 2da edición”. Ed. Espasa-Calpe, Buenos Aires
1946.
- Neil Philip
“Mitos y leyendas”. Ed. Ateneo, Buenos Aires 2000.
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